martes, 26 de julio de 2011

Pesadilla








Mis párpados pesan como dos losas, las manos apenas responden a mis instrucciones, sólo son pequeños espasmos de mi cansancio los que sin saber hacen que se muevan. Mi cuerpo se mueve por inercia. La mirada lentamente se distorsiona e inexorablemente se va perdiendo en lo irreal. Adentrándose en el mundo de los sueños. No sé cuantos días llevo sin dormir, he perdido la noción del tiempo. No quiero dormir, no deseo ser un juguete de Morfeo. Por desgracia cuando me voy a dormir no tengo una carta donde puedo elegir qué tipo de sueño quiero. Es como un juego macabro y la única salida es jugar o jugar y cuando despierto la partida no se ha terminado, mi cerebro la guarda para el próximo sueño. Pero presiento que nunca termina, incluso me hace confundir mi día a día. Maldito ese niño que me espera tras el telón de mis ojos. No sé quién es, no entiendo el motivo por el cual cada noche me invita a ese inframundo donde me espera en el bastión del terror. Junto con su ejército de sombras que infunden miedo y temor por doquier.

Todas las luces de mi habitación hacen frente a la oscuridad de esta noche. El escritorio está inundado de vasos de café. No sirve de nada, el juego comenzará en breve. Ya no hay marcha atrás, los ojos se me están cerrando. Algo o alguien me está empujando a un mundo donde no tengo nada que hacer, pero sí que sentir.

Minutos después…

Y como ayer me encuentro en el mismo lugar. Sentado en una silla giratoria y detrás de un mostrador. Sostengo un teléfono inalámbrico en una mano y en la otra un manojo de llaves que ni idea tengo de qué puede abrir o cerrar. Alzo la vista y la luz es débil al contrario que mi pulso, por momentos se está acelerando. Trato de ubicarme cerrando los ojos y tras unos segundos como suponía vuelvo a estar en este siniestro tanatorio. Parece ser que no hay nadie, al menos vivo. Recuerdo que la noche pasada un pequeño niño me llamaba de entre este laberinto de pasillos y salas cerradas a cal y canto.

Como banda sonora a mi ya indeseable sueño. En el exterior una tormenta adorna de crujidos y destellos este lúgubre edificio, haciendo que las grandes puertas de cristal retumben como el eco del sonido de un viejo campanario. Ahora el ruido de afuera envuelve no sólo el silencio del lugar, sino que me confunde con sonidos de los más raros y extraños. Mi corazón me recuerda de que o me tranquilizo o le doy la bienvenida a la muerte que seguro que no anda muy lejos. Trago saliva y hablo en voz alta para tratar de tranquilizarme y darme una falsa seguridad en éste sueño real. La pantalla del monitor que hay encima del mostrador, se puede leer, cuáles de las salas están ocupadas, parece ser que esta noche no estoy sólo, hay un invitado pero es extraño no hay nombre, aunque el monitor me refleja de que esta ocupada.

Enfundado en un escrupuloso uniforme y siguiendo una nota de rutinas en el servicio de la noche me dispongo a dar una vuelta por si todo está en orden de lo cual dudo mucho que viendo como se presenta la cosa nada está en orden o en su sitio, porque parece que este dichoso lugar se mueve o peor aún, algo se mueve dentro de él. Las luces de emergencia apenas alumbran varios metros. Debo de encontrar un interruptor de la luz, mis ojos me están invitando a ver cosas que creo que no son. Al final de pasillo sombras más oscuras e inmóviles acechan y debilitan con sus formas mi supuesta valentía. El miedo poco a poco como lastre me hace caminar con más lentitud y ya he dejado de articular palabra alguna.

¡Dios, donde esta ese dichoso interruptor!. Minutos más tarde y después de rozar con las palmas de mis manos gran parte de las paredes, por fin lo encuentro. La luz blanca me ilumina a la vez que diluye cualquier duda, esas sombras más oscuras no son mas que unos maceteros enormes.

Ahora son mis suspiros de alivio y mi acelerada respiración los únicos sonidos que rompen este silencio que la tormenta deja entre relámpagos y truenos. Pero esa calma no dura mucho, un destello de luz irrumpe atravesando el pasillo como el resplandor de una espada a la vez que un fuerte estruendo me tira hacia atrás, mientras las puertas de una sala de velatorio se abren como si fuesen la entrada al mismísimo infierno. Todo calla, intento mirar hacia esa entrada al averno, pero es imposible mis ojos aun están deslumbrados y mis oídos aturdidos del terrible estruendo. Parece ser que la tormenta se está excitando por momentos. Mientras me incorporo apenas puedo mantener mi verticalidad, estoy algo mareado incluso parece que las estatuas de ángeles toman vida, quizás sea del efecto óptico. En estos momentos y sinceramente me da igual, porque lo que verdaderamente me aterra es lo que me espera dentro de esa oscura sala.

En la caída debí perder el inalámbrico. Sentado en un banco de madera intento restablecer el conocimiento.

¡Ring… Ring!–. El teléfono suena tras una de esas estatuas-. Siento algo de alivio mientras me apresuro a coger la llamada, cual es mi sorpresa cuando en la pequeña pantalla luminosa se puede leer un mensaje de texto parpadeando.

-“Te estoy esperando”-.

Mis ojos no dan crédito, algo dentro de mi me dice que todo esto es obra del mismísimo diablo el cual presiento que está dentro de esa sala. Vuelvo mi mirada hacia la estancia y tragando saliva me incorporo y decido entrar. Respiro profundamente y armándome del poco valor que aun me queda, entro quizás al final de mi camino.

No tardo mucho en encender la lámpara que hay sobre una mesa de mármol justo al entrar. No se ve con mucha claridad pero es suficiente como para observar toda la sala. Aparentemente todo está en su sitio, no hay nadie, además parece ser que ninguna persona viva ha entrado en esta sala. Es raro pero hace frio mucho frio, curiosamente en la pantalla del mando de la calefacción marca 28º. Un fino vaho de aire sale de mi boca y poco a poco este gélido ambiente está calando mi cuerpo. El miedo y ésta sensación de frío provoca en todo mi cuerpo un ligero temblor que hace que mis movimientos sean tortuosos e inseguros. Cuando una voz infantil que parecía venir de detrás de la mampara que separaba a los que acompañaban en el velatorio de los familiares más íntimos y en voz bajita casi imperceptible.

-¡Hoolaaa…!.-. Hizo una pequeña pausa -¿Quieres jugar conmigo?-.

Dudo si es fruto de mi débil mente que me esté jugando una mala pasada o si realmente es real aquella invitación inconcebible a la hora y lugar del momento.

-¿Hay alguien?, ¿Esto qué es una broma o qué?- respondí con aparente calma-.

-¡Jijijijii….!-. Escuché por respuesta-. Tras unos interminables segundos esa voz angelical me espetó.

-Soy tu amigo de los sueños-.

Todo esto me está definitivamente desconcertando, mis manos empiezan a temblar. Haciendo que el manojo de llaves se golpeen entre sí dando un toque de sonido nada armónico.

¡Joder!, necesito salir de este maldito sueño, sé que es una pesadilla, lo sé, pero no encuentro la forma de hacerlo.

Desde el otro lado de la mampara unos pequeños e intermitentes golpes irrumpen en ese breve silencio. Mi mirada se queda fija en el reflejo del suelo debajo de la mampara unos 30 cm de espacio la separan del suelo. Lentamente me agacho para ver que es ese reflejo. Sólo puedo ver las patas de varias sillas y algunos sofás, pero la luz en ese lugar es más tenue si cabe. Mi mirada se petrificó al ver unos pequeños pies aparentemente de un niño que golpean las metálicas patas de las sillas, sin duda aquello no es una visión que mi mente inventa o imagina. Mi corazón se acelera por segundos el vaho es más espeso y hace mucho más frío, una bola de fuego empieza a explotar y expandirse por mis entrañas, haciéndome quemar de dolor, esto no son simples nervios, esto es el miedo que me está poseyendo. Unas pequeñas gotas de sudor frío se deslizan por mi frente hasta llegar a mis ojos, distorsionándome está desconcertada visión.

-¿Quién eres?-. Los golpes cesaron, el mutismo me contestó.

Sólo me separa del mal un paso, no me da tiempo en pensar las posibilidades de escapada, en mi mente no se contempla la razón de una explicación, simplemente me dejo llevar por mi miedo, ahora ese sentimiento es el que gobierna mi persona, cierro los ojos y agarro fuertemente el manojo de llaves en una mano y el teléfono en la otra no teniendo mas remedio que utilizarlos como arma. Y en silencio cruzo esos metros, un fuerte olor a flores me hace fruncir el ceño, al abrir los ojos veo a un niño de corta edad, sentado en la silla inmóvil y con sus pequeñas manos escondidas entre sus piernas, una sonrisa angelical se dibuja en su pequeño rostro de niño, viste con una especie de túnica, todo de negro, sus ojos me miran sin pestañear a la vez que su cabeza lentamente se inclina a los lados, por unos momentos la serenidad se unió a mi miedo, los pies se han clavado al suelo, trato de poner mi mente en orden, intentando dar una explicación a lo que estoy viviendo.

-¡Hola chico! ¿Quién eres? ¿Qué haces aquí? ¿Estás solo?-. Ninguna pregunta fue contestada, la mirada del niño se volvió hacia la cristalera del túmulo a la vez que su pequeña mano la señalaba, empezando de nuevo a oír los chirridos metálicos seguidos de unos golpes secos, algo chocaba con el cristal, tras la persiana metálica.

¡Púm…! ¡Púm…! ¡Púm…!.

-¡Qué demonios son esos golpes!-. Grito a la vez que con mis manos me tapo los oídos, volví a mirar al chico, pero éste ya no estaba, sólo una carcajada aguda y espeluznante se mezclaba con los golpes que son más seguidos y fuertes.

Miro a todos los lados y un gran golpe que hizo retumbar los cristales el que dio fin a todo el espantoso ruido y el silencio volvió a reinar, no tardó mucho tiempo cuando el inalámbrico empieza a sonar. En la pantalla parpadeaba un mensaje “¿Quieres jugar?”. Es imposible todo lo que veía, no daba crédito, a escasos centímetros de mi la persiana metálica lentamente está subiendo.

-¿Qué demonios está pasando?-. -¿Quién eres, es una broma de mal gusto o qué?-.

Cierro los ojos, no quiero mirar, a pesar del frio reinante mi cuerpo sigue sudando, me duelen las manos de tanto apretar, tengo el cuerpo engarrotado y atrapado en el miedo. Segundos después que parecen eternos, la persiana paró, el frio cesó, y ese olor a flores era más fuerte si cabe, abro los ojos de un golpe poniendo las manos en defensa, cuando reparo que tras el cristal todo está normal, un pequeño féretro de blanco lacado flanqueado de atriles en los que cuelgan coronas de claveles blancos, salpicados de margaritas amarillas. Si es doloroso ver a un difunto más aún si es un niño sin nombre, sin seres queridos que lo velasen, ¿Quién era ese misterioso chaval, que no tenía a nadie?. Tengo un nudo en la garganta al ver tan triste imagen.

Sus entrelazados dedos unen a unas pequeñas manos sobre su vientre. Su rostro tierno le hacen parecer un
Ángel. Envuelto en un sudario blanco y cubierto con una sábana de raso con encajes dorados. A sus pies un tétrico y pequeño oso de peluche, contrasta con aquella estampa. Sus pequeños ojos negros incrustados y un trozo de hilo grueso le hacia una mueca un tanto siniestra.

-¡Púmm.. Púmm!–. Tras de mí los sillones empezaron a saltar junto con las sillas, todo está cobrando vida, la puerta se abre y cierra.

-¡Pero….! ¿Dios qué está pasando?-. No doy crédito a lo que estaba sucediendo, el frío volvió. Mezcladas con las risas infantiles, un apestoso y putrefacto olor me está haciendo dar arcadas. Toco calla.

Vuelvo la cabeza al túmulo y con ojos desencajados observo que todo había cambiado, las flores de las coronas mustias se caían al suelo, miles de bichos revolotean por el habitáculo. Los atriles están arrinconados a un lado, el féretro había cambiado de posición, estaba junto al cristal, pero…

-¿Qué demonios?, ¿Dónde está el niño?-. Ha desaparecido. Acercándome al cristal para poder divisar todo el pequeño recinto, observo que no hay nadie.

Cuando un llanto se dejó escuchar, procede del interior, tras lo atriles de las coronas, arrinconado y sentado en el suelo el niño del féretro se abrazaba a sus rodillas, unos pequeños y descalzos pies se asoman bajo la montaña de putrefactas hojas.

-¡No quiero jugar con él! ¡Es malo y no me deja en paz!. Su voz se mezclaba con el zumbido de aquellos asquerosos bichos que revoloteaban.

Todo esto era surrealista, el niño que me habla estaba muerto, era imposible, pero aun así me dirijo a él.

-¿Quién es malo? ¿Quién no te deja en paz?-. Espeto con aparente síntoma de serenidad.

-¡Él!-. A la vez que su manecilla señala al techo. Hice ademán de mirar, pero desde mi posición era imposible ver.

El niño empezó a chillar a la vez que se tapaba los oídos, era un grito muy agudo, tanto que parecía que los cristales iban a estallar, me retiro unos metros cuando los insectos que revoloteaban se estrellan al cristal, y están empezando a moverse lentamente, dando forma a unos símbolos para segundos después formar una frase, “Tengo una cosa para ti”.

A estas alturas todo me puedo esperar, cada minuto que paso en ese lugar no dejo de sorprenderme. La frase se desvanece deslizándose al suelo y miles de insectos yacen en el suelo del túmulo. Destellos de relámpagos que entran por el hueco de la cristalera del patio interior iluminan toda la sala, dibujando sombras en las paredes que parecen tomar vida. Están sedientas de mi miedo.

No pestañeo, mi pulso está tan acelerado que casi pierdo la conciencia, los gritos cesaron de golpe, y sin descanso para la tranquilidad unos pequeños pies descalzos aparecen colgados desde lo alto del túmulo por la parte interior de la cristalera, están descendiendo lentamente, una pequeña figura humana vestida con una túnica negra, es el niño de la silla.

El pequeño cuerpo estaba levitando, las manos las escondía detrás, la cabeza miraba al techo, cuando llegó a mi altura, dejo de descender, entonces su cabeza lentamente empezó a inclinarse hacia delante, los ojos los tenia cerrados, en décimas de segundo el niño los abrió, eran blancos pajizos. Esto me hace retroceder de nuevo unos metros, estoy a punto de salir corriendo si mis piernas me lo permiten. Cuando de detrás de su cuerpecito, uno de sus manos que portaba el osito de tela lo lleva hasta el cristal.

El pequeño oso se está moviendo, tiene vida. Unas garras negras y enormes se clavan en el cristal. Un insoportable rechinamiento del pequeño y diabólico animal sesgaba el fino cristal, dejando una hilera de rallajos, mientras que el niño de negro sonreía.

-¿Quieres jugar con mi pequeño osito?-. Entre carcajadas. Ahora la voz del niño no era nada angelical, era grave como la de un adulto.

No puedo contestarle simplemente vuelvo la cabeza y empiezo a correr, entre el pequeño trayecto a la salida un sinfín de sillas y sillones entorpecen mi camino haciéndome caer, no siento dolor. Ahora sí, el miedo me ha dado una tregua y ha dejado que mis piernas se muevan, sin sentido pero se mueven. Tras de mí el cristal ha estallado. Oigo como las garras de la pequeña bestia chocan con el suelo, seguido de un gruñido devastador, se está acercando a mí, de un momento a otro me va a dar alcance, los pocos metros que me separan de la puerta parecen kilómetros. Por fin doy con la salida, pero ya es tarde, siento como un fuerte golpe en mis espaldas me hace caer de bruces. Siento ese apestoso hedor que desprende esas finas fauces. Soy su presa y de un momento a otro clavará sus colmillos dando todo por terminado. Y como alfileres siento como sus pequeñas patas se están clavando en mis espaldas. El dolor es insoportable estoy perdiendo la conciencia….

Minutos después……

Una convulsión me hace levantar de mi mojada cama, regueros de sudor discurren por todo mi cuerpo. Por fin todo este mal sueño ha terminado. Ha sido tan real que aun tengo el pulso acelerado. Aun no ha amanecido, todo está en silencio. Necesito asomarme a la ventana para tomar un poco de aire fresco y dar un poco de luz a éste mi ataúd que es mi dormitorio.

Algo me escuece en las espaldas, no alcanzo a saber que es porque mis manos no llegan. Rápidamente voy al espejo del baño y mi mirada se queda fija en unos rasguños en las espaldas, dejando caer finos hilos de sangre.

¡No puede ser!. Aturdido por lo que estoy viendo no trato de entender que está pasando. La pesadilla ha traspasado el mundo de lo fantástico a lo real….

-¡Ring…. Ring….!-. El móvil suena sobre la mesita de noche. No quiero mirar, quiero acabar con todo esto… y no sé cómo hacerlo, pero esto no es una pesadilla, algo falla. Con desconfianza cojo el móvil y….